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La División Interna del Régimen

<u><b>La División Interna del Régimen</b></u>

Atentado a Carrero Blanco 

     Mientras tanto, algunos intentos de apertura moderada del Régimen hacia formas de mayor libertad política, chocaron con la intransigencia del sector más conservador. Antiguos colaboradores del franquismo lo abandonaron ante la falta de futuro de un sistema incapaz de evolucionar al mismo ritmo que la sociedad.

      En los primeros años de la década de los setenta, el gobierno actuó ferreamente: las condenas por los delitos de orden público aumentaron; la prensa vio cercanas sus tímidad críticas con multas y cierres. Pero los mismos ministros estaban divididos. Unos, encabezados por Carrero Blanco, criticaban cualquier tipo de aperturismo; otros, entre ellos el responsable de órden público, el general Garicano Goñi, se manifestaban partidarios de la liberalización consistente en aceptar lo que entonces se denominaron "asociaciones políticas", especie de partidos políticos restringidos.

     En las Cortes, los procuradores "ultras" lanzaron agrias críticas contra los países socialistas de Europa oriental, o el proyecto de Ley de objeción de conciencia. Los partidos del Régimen se lanzaron a la calle, desde 1971, con manifestaciones de adhesión al Caudillo y a la policia, asaltos a ciertas librerías, etc.

     En medio de esta división de sus partidos, Franco siguió apoyando las posturas de mayor cerrazón. En 1972 volvió a insistir en las esencias del Régimen: rechazo de los partidos políticos, reino católico y afirmación de que toda acción política debía realizarse dentro del Movimiento Nacional. Estas posturas se reforzaron con el gobierno de junio de 1973 Carrero Blanco fue asesinado en Madrid por un comando de ETA. El golpe, espectacular en sí mismo, por cuanto significaba de eliminación de la segunda figura del Régimen, fue mucho más importante por sus repercusiones posteriores. Desaparecía el personaje clave de la continuidad del franquismo.

     El entierro fue una manifestación de la ultraderecha, que pedía la ocupación del poder por el ejército, lo que no dejaba de ser un contrasentido, teniendo en cuenta la profesión de Franco y de Carrero y la abundancia de militares en altos cargos. La sensación general era que el franquismo estaba acabado, cuando tan sólo podía apoyarse ya en un anciano de 80 años.

     La situación era insostenible y contradictoria. El Régimen se declaraba oficialmente católico, pero era condenado por la Iglesia, y sus partidarios pedían a gritos la ejecución de obispos; las huelgas continuaban prohibidas, lo que no impedía que se multiplicaran; los partidos políticos y el liberalismo eran denostados, pero el Régimen buscaba salidas seudodemocráticas para salvar su imagen.

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